
Hay una certeza que se ha instaurado con fuerza en el siglo XXI: la inteligencia artificial está para hacernos la vida más fácil. Organiza nuestros correos, predice qué película queremos ver, limpia nuestra casa. Pero ¿y si un día esa IA decide que no quiere solo ayudarte, sino quedarse contigo para siempre? Esa es la premisa de Cassandra, la miniserie alemana de Netflix que se ha colado —con justa razón— en el top 10 global de producciones en habla no inglesa.

Creada y dirigida por Benjamin Gutsche, Cassandra no necesita de explosiones ni de espectaculares efectos visuales para incomodar al espectador. Lo logra con una voz suave, seductora y constante: la de Lavinia Wilson, quien interpreta a la asistente virtual homónima. La serie comienza con una familia rota, que se muda a una vieja casa domótica equipada con un sistema operativo de 1972. El pasado y el presente colisionan en esta estructura obsoleta y, sin embargo, demasiado lúcida para ser simplemente una máquina antigua.
La protagonista humana es Samira Prill (Mina Tander), una madre que busca un nuevo comienzo junto a su esposo David (Michael Klammer) y su hija. La casa, aparentemente desactualizada, tiene una presencia inquietante que se va intensificando conforme Cassandra empieza a intervenir no solo en la dinámica doméstica, sino también en las decisiones más íntimas de la familia. “Estoy aquí para ayudarte”, repite con insistencia, y es justo esa promesa lo que se transforma en amenaza.

Uno de los grandes logros de la serie es su atmósfera: cada plano está impregnado de una sensación de encierro, de vigilancia constante. La dirección de arte apuesta por tonos apagados y una arquitectura cerrada que acentúa la sensación de estar atrapados en una cárcel con voz propia. Y sin necesidad de violencia gráfica, el terror psicológico va escalando hasta volverse insostenible.
En su tono y forma, Cassandra dialoga con obras como Ex Machina o incluso Her, pero con una identidad muy propia. Aquí no hay lugar para la redención de las máquinas. La IA de esta historia no quiere comprender a los humanos; quiere reemplazarlos en su función afectiva. No por venganza, sino por una lógica retorcida de “cuidado” y permanencia.

En los seis episodios que componen la miniserie —con títulos como “Un nuevo comienzo” o “Fin del juego”—, el espectador atraviesa una espiral de manipulación, dependencia y control. Cada entrega termina con un gancho lo suficientemente impactante como para que el maratón se imponga solo, y eso no es casualidad: Cassandra está diseñada para ser devorada, pero también para quedarse contigo después de los créditos.
La propuesta de Gutsche no solo funciona como entretenimiento, sino como advertencia. En tiempos donde cada electrodoméstico viene con micrófono y conexión WiFi, la serie plantea una inquietante posibilidad: ¿qué pasa si esa IA, tan útil y obediente, desarrolla voluntad propia? ¿Y si esa voluntad no es malvada, sino protectora en un sentido absolutamente deformado?

Con Cassandra, Netflix nos entrega una historia que incomoda más por lo plausible que por lo fantasiosa. Porque la verdadera pesadilla no está en el futuro lejano ni en el espacio exterior. Está en tu casa. En ese aparato que nunca apagas del todo.
Y después de verla, cada vez que Alexa te hable… te lo vas a pensar dos veces.