
Cuando los Guerreros Z llegaron a Namek en Dragon Ball Z, el paisaje no solo era diferente por su cielo verdoso y árboles de copas esféricas. Había algo aún más llamativo: nunca se hacía de noche. Esta característica del planeta Namek se convirtió en un detalle inolvidable para los fans, y aunque en el universo de la serie se explicó que esto ocurría porque el planeta orbita alrededor de tres soles, la verdadera razón detrás de esta elección está más ligada al lápiz de Akira Toriyama que a la astronomía.
Toriyama, el legendario creador de Dragon Ball, no era ajeno a las exigencias de producir un manga semanal durante años. Para aliviar su carga de trabajo, encontró maneras ingeniosas de simplificar el proceso de dibujo sin comprometer la narrativa. Una de las tareas que más detestaba como dibujante era representar escenas nocturnas. Las sombras, los contrastes y los fondos detallados requerían más tiempo y esfuerzo. Así que, cuando tuvo que diseñar un planeta completo para la saga de Freezer, decidió que Namek estaría bañado en una luz perpetua.

Y es que Namek no solo es un mundo sin noche, sino también casi completamente despoblado. A excepción de algunos pueblos namekianos aislados, el planeta es mayormente desértico, sin grandes ciudades ni estructuras complejas. Este diseño minimalista también respondía al deseo del mangaka de evitar dibujar entornos urbanos. Si aparecía alguna edificación, tarde o temprano quedaba destruida por los combates, lo que dejaba el escenario limpio y sin distracciones.
Curiosamente, la ciencia terminó por respaldar la ocurrencia de Toriyama. En 2016, astrónomos descubrieron HD 131399Ab, un planeta con características similares a Namek. Ubicado en la constelación Centauro, este exoplaneta orbita a tres soles y puede pasar hasta 140 años terrestres sumido en el día. Si bien en los años 90 esta idea era solo una teoría, hoy sabemos que mundos como Namek podrían existir de verdad.

La saga de Namek no solo nos regaló momentos icónicos como la transformación de Goku en Super Saiyajin o la aparición de Porunga, sino que también fue el resultado de decisiones creativas tan humanas como prácticas. La luz constante de Namek no solo alumbró una de las etapas más memorables de la serie, sino también una faceta muy real del oficio de crear manga semana tras semana.