Cuando se piensa en Jurassic Park (1993), lo primero que viene a la mente son los dinosaurios, la tensión creciente y las icónicas actuaciones de Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum. Sin embargo, en la visión de Steven Spielberg, la figura más importante de la historia es John Hammond, el multimillonario que hace posible el parque temático de criaturas prehistóricas. Y desde el inicio de la película, un pequeño pero revelador detalle deja claro que Hammond no tenía realmente idea de lo que estaba haciendo.
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Interpretado por Richard Attenborough, Hammond se presenta como un hombre carismático y visionario, pero también ingenuo y excesivamente confiado. Aunque afirma tener todo bajo control y responde con seguridad a cada duda planteada por los científicos invitados a su isla, Spielberg sugiere desde el primer acto que su arrogancia está construida sobre una base endeble. Un ejemplo perfecto de esto ocurre en una escena aparentemente inofensiva: cuando Hammond ofrece champán a sus invitados, lo sirve en vasos de whisky en lugar de copas de champán, a pesar de tener las adecuadas al alcance.
Puede parecer un detalle insignificante, pero en realidad es una metáfora sutil sobre su falta de preparación. Las copas de champán tienen una forma específica que ayuda a preservar la efervescencia de la bebida, mientras que los vasos de whisky no cumplen esa función. Este pequeño error ilustra la tendencia de Hammond a improvisar sin entender realmente las consecuencias de sus decisiones. Y, como sabemos, su incapacidad para prever y manejar los riesgos en su parque no solo arruina su gran sueño, sino que también provoca un desastre mortal.
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Spielberg es conocido por su meticulosa atención a los detalles, y este momento aparentemente trivial en Jurassic Park es una muestra de ello. Desde el principio, el director deja pistas sobre el caos que se avecina, demostrando que Hammond no es el genio infalible que pretende ser, sino un hombre que juega con fuerzas que no comprende del todo.
A medida que avanza la película, esta falta de previsión se vuelve aún más evidente con fallas en la seguridad, sistemas de control insuficientes y una confianza ciega en su propio proyecto. Lo que comienza con un brindis mal servido culmina en una lucha desesperada por la supervivencia en una isla donde la naturaleza recupera su dominio. Un simple vaso mal elegido es el primer indicio de que el parque de Hammond estaba condenado desde el principio.