No siempre los estadounidense tuvieron la última palabra sobre el cine. De hecho, hubo una época duradera en la que países como Italia o Francia le dieron al séptimo arte varios de sus principales genios. En los 60, Jean-Luc Godard surgió como amo y señor del radicalismo crítico.
Por su acidez al momento de hablar de la sociedad y mostrar lo más visceral de la misma, se volvió tan famoso como controversial. Incluso, varias de sus cintas fueron prohibidas en su país de origen por tirarle con todo al gobierno o a las élites. Algunas de sus obras más destacadas incluyen Vivre sa Vie (1962), À bout de souffle (1960) o Bande à part (1964).
Su influencia marcó generaciones enteras de cineastas y cinéfilos. El mismísimo Quentin Tarantino expresó en diversas oportunidades la manera en que había utilizado elementos del europeo en sus creaciones.
Rolling Stone
“Ese es un aspecto de Godard que encontré muy liberador: las películas que comentan sobre sí mismas, sobre otras y sobra la historia del cine en general”, expuso en su momento el responsable por Érase una vez en Hollywood o Bastardos sin gloria.
Aunque se notaba lo fan que era del francosuizo, tal respeto o admiración nunca fue recíproca, para la mala fortuna del norteamericano.
¿Qué pensaba Godard de Quentin Tarantino?
En 2004, cuando el joven director emergía con éxitos como Kill Bill o Pulp Fiction, le preguntaron a Godard qué pensaba de él, aparte porque Tarantino le había colocado a su productora como una de las películas de su mentor, Bande à part.
“Creo que su talento es nulo. Eligió el título de una de mis peores películas para nombrar su productora. Eso no me sorprende en absoluto”, dijo el histórico desarrollador.
Pero como si no hubiese sido suficiente, esa no fue la última vez en que Godard menoscabó el trabajo de su colega. Posteriormente, lo llamó "faquin" en otra salida en los medios, que es un término francés utilizado para referirse a una persona deshonesta o de poca moral.
X
Asimismo, Molly Ringwald, que protagonizó El rey Lear para Jean-Luc Godard en 1987, escribió para The New Yorker sobre una charla que había tenido con su director. “Charlamos sobre películas recientes. No pensaba mucho en Tiempos violentos, la película del momento”, añadiendo que consideraba que la entonces ganadora de la Palma de Oro en Cannes en 1994 "no era una película auténtica".