
En la década de los 80, Los Billis se convirtieron en una leyenda urbana que dejó una marca imborrable en Bogotá. Esta pandilla de "niños bien" alcanzó la cima de la notoriedad gracias a su rebeldía, atuendos de marca y fiestas que se volvieron legendarias en la ciudad. Sin embargo, el camino de la fama llevó a Los Billis a un destino oscuro y trágico.
A medida que la necesidad de poder de la pandilla se intensificaba, los enfrentamientos juveniles evolucionaron hacia actividades más peligrosas. Lo que comenzó como una serie de peleas en Uniplay, la zona de videojuegos de Unicentro, se transformó en consumo de drogas, pequeños robos y, eventualmente, microtráfico. La ciudad, ya amenazada por la violencia y el narcotráfico, vio emerger a Los Billis como un fenómeno que reflejaba la cruda realidad de la época.

El punto de quiebre llegó en 1987 con el asesinato de Tadeo, uno de los líderes de Los Billis, en un ajuste de cuentas por un robo. Este trágico suceso marcó el inicio de la desintegración del grupo. Tres años después, la muerte de Esteban selló el destino de la pandilla. Muchos de sus miembros acabaron en la cárcel, mientras que otros cayeron en las garras de la drogadicción.
La llegada de Facebook en los primeros años del 2000 permitió una reconexión entre los miembros sobrevivientes. A través de un grupo en la red social, compartieron recuerdos de una época en la que la imprudencia y la búsqueda de emociones extremas eran moneda corriente. Sin embargo, estas reminiscencias también sirvieron como recordatorio de las vidas perdidas y de los destinos truncados que marcaron el legado de Los Billis.

Hoy en día, muchos de los integrantes originales luchan contra las secuelas de su pasado. Algunos están tras las rejas, pagando por los delitos cometidos en su juventud. Otros, afectados por las adicciones, enfrentan una realidad muy diferente a la que alguna vez soñaron. La historia de Los Billis, que alguna vez fue sinónimo de rebeldía y audacia, se ha desvanecido en el tiempo, pero su impacto en las calles de Bogotá aún se siente.